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Manuel Azaña, último presidente de la II República

En la sesión de 23 de noviembre de 1990, el Pleno del Congreso de los Diputados aprobó una Declaración Institucional al cumplirse los 50 años de la muerte de Manuel Azaña. Con esta iniciativa la Cámara pretendía no solo mostrar el reconocimiento a la figura y a la obra política, muchos años “ignorada o deformada”, de quien fuera un brillante parlamentario y último presidente de la II República española, sino también poner de manifiesto la superación y la asunción de un largo pasado que culminó en uno de los episodios más dramáticos de nuestra historia.

Manuel Azaña e Indalecio Prieto en el bar del vestíbulo del Palacio del CongresoManuel Azaña e Indalecio Prieto en el bar del vestíbulo del Palacio del Congreso

Como diputado, como presidente de Gobierno y como Jefe de Estado, Azaña fue siempre un firme defensor del sistema constitucional que tuviera al Parlamento como eje de la democracia.

En la sesión de 9 de marzo de 1932, en un acalorado debate motivado por la suspensión de periódicos, Azaña habló de la “pureza del sistema parlamentario” basado en “la colaboración, incluso por parte de aquellos que más se oponen a la esencia del régimen mismo…El centro de gravedad de la política de la República española está en el Parlamento, aquí en este salón”.

Convencido de que solo a través de unas leyes reformistas refrendadas por el Parlamento podía lograrse un equilibrio social y un verdadero Estado de Derecho, presentó a las Cortes Constituyentes proyectos de ley como el de Reforma Agraria, el de Defensa de la República o el del Tribunal de Garantías Constitucionales, defendiéndolos en la Cámara con su hábil y brillante oratoria.

Como diputado y como presidente de Gobierno la conjunción de su pluma y su palabra dejó un eco imborrable en la vida parlamentaria de las tres legislaturas que compusieron las Cortes de la II República.

Su última etapa como político fue la Jefatura de Estado, cargo que desempeñó en las difíciles circunstancias impuestas por la Guerra Civil.

Retrato de Manuel Azaña realizado por Daniel Quintero. Vestíbulo del Palacio del Congreso.Retrato de Manuel Azaña realizado por Daniel
Quintero. Vestíbulo del Palacio del Congreso.

El 27 de febrero de 1939, desde Callonges-sous-Salève, dirigió una carta al presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio, presentando su dimisión. Esta carta fue leída en la sesión del 3 de marzo celebrada por la Diputación Permanente en París. Su renuncia, interpretada por muchos como una anticipación de la derrota, fue sin duda uno de los momentos más dramáticos y controvertidos de su vida personal y política.

Montauban (Francia) fue la última etapa de su existencia. Abatido y enfermo, confinado a instancias del Gobierno de Franco, murió el 3 de noviembre de 1940.

En julio de 1938, al cumplirse dos años del inicio de la guerra civil, Azaña pronunció un largo discurso en el Ayuntamiento de Barcelona. Conocido como el discurso de las tres pes (paz, piedad y perdón) sus últimas frases son un conmovedor reclamo a las generaciones venideras para que, escuchando la “lección” de los muertos, reciban de estos “el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad y Perdón”.

Proyecto de Ley sobre Defensa de la República (ACD. S. General de Expedientes, Legajo 486 nº 5)

Información actualizada en 2020