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Notas de prensa

Discurso de la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, en la Solemne Apertura de la XIV Legislatura

03/02/2020
Majestades, Altezas Reales, Señorías, bienvenidos, benvinguts, ongi etorri, benvidos, a esta sesión conjunta de las Cortes Generales. 

Cada legislatura tiene sus rasgos y perfiles distintivos. Ésta que hoy inauguramos solemnemente nace tras un año en el que hemos experimentado las dificultades de la gobernabilidad. En dos ocasiones ya, las Cortes Generales han debido disolverse ante la imposibilidad de formar gobierno. Hace cuatro años afirmasteis en este mismo lugar que esa crisis se solucionó "con diálogo, con responsabilidad y también con generosidad". Esta vez, esos mismos valores de diálogo, responsabilidad y generosidad han dado forma a un gobierno de coalición, el primero de nuestra historia democrática. 

La búsqueda de gobernabilidad marca los inicios de toda legislatura, pero es bueno recordar que la formación del gobierno no es un fin que se agota en sí mismo, sino un instrumento fundamental para poder desarrollar, con coherencia y estabilidad, las políticas que deben dar respuesta a las necesidades de los ciudadanos. No en balde se ha dicho de Galdós, de quien celebramos este año el centenario de su muerte, que era y es nuestro mayor escritor político, no por sus intervenciones como diputado, que lo fue, sino por la expresión en sus obras de la íntima unión entre la política y la vida de los españoles.

Son, pues, las políticas públicas las que constituyen el auténtico elemento central de la legislatura y el sentido del trabajo de las Cámaras. A estas Cortes Generales y a la dirección política del nuevo gobierno corresponde hacerlas realidad.

En esa actuación, con dedicación y honestidad, está la vía para responder a la crisis de la política, para recuperar el interés de los ciudadanos y para lograr el reconocimiento real y profundo de las instituciones de nuestra democracia entre la ciudadanía. 

Nuestras instituciones son el instrumento más poderoso de que disponemos para configurar la realidad. Su carácter democrático las convierte también en el instrumento más justo. Como afirmó Vuestro Padre en esta misma Cámara, "la ley equivale al más ambicioso intento de los hombres por ensanchar o garantizar el ámbito de lo posible y deseable frente a lo dado o existente".

Asumir esa función transformadora significa responder a las expectativas de los ciudadanos; también y quizás especialmente de los jóvenes que sienten con mayor intensidad esa necesidad de cambio. La Constitución nació mirando al futuro, y mantener esa mirada es el mejor homenaje y defensa que podemos brindarle. Tras celebrar sus cuarenta años de vigencia, debemos volver la atención hacia su carácter de programa de actuación, abordar sus objetivos pendientes y enriquecerla con nuevos consensos propios de nuestro tiempo. 

Las instituciones públicas son ante todo instrumento de cambio social. Ese mandato era el que expresaba, en su primera intervención pública, la Princesa de Asturias el pasado mes de octubre, en forma de agradecimiento a quienes trabajan "para preservar la naturaleza y reducir las injusticias, la discriminación, la pobreza y la enfermedad". No hay mejor muestra del compromiso de la Corona con los valores de nuestro tiempo. 

Estar a la altura de esa misión significa trascender la legítima competencia electoral y entre partidos para atender a los no menos legítimos, pero más importantes, retos fundamentales que tiene España, esto es, que tenemos los españoles.

No estamos aquí ni para crear problemas que no existen ni para ocultar los que existen: estamos aquí para dar respuesta a los cambios en nuestro mundo y en nuestro país, que van desde la emergencia climática a la globalización de la economía y sus crisis; para avanzar en los objetivos constitucionales de igualdad real y efectiva y de erradicación de la pobreza y la precariedad; para superar el reto y la tragedia que significan las 1.040 mujeres asesinadas desde 2003; para garantizar la igualdad de oportunidades en educación y desarrollo profesional y científico, o la atención sanitaria y social, el acceso a la vivienda y las posibilidades de enriquecimiento cultural. 

En definitiva, venimos aquí desde todas las tierras de España para configurar y desarrollar un proyecto común y compartido, enriquecedor desde el pluralismo que vivifica nuestras sociedades; diversos pero en igualdad de derechos y solidariamente unidos en la construcción de un futuro de justicia y libertad. 

La inclusión y la integración son sentido y fundamento de nuestro sistema constitucional. Pero son objetivos que sólo podemos alcanzar desde la política, que es, en palabras de Bernard Crick "el resultado de la aceptación de la existencia simultánea de grupos diferentes y, por tanto, de diferentes intereses y tradiciones, dentro de una unidad territorial sujeta a un gobierno común", que "entraña cierta tolerancia de verdades divergentes". 
Señor, el día de hoy marca el inicio del trabajo de nuestras instituciones, ya plenamente constituidas. 

El debate no es ya el de la gobernabilidad sino el de su expresión y continuidad mediante las políticas. Y en la definición de esas políticas esta legislatura está por empezar. Sus decisiones no están escritas ni predeterminadas, sino que serán fruto del trabajo de quienes ocupamos estos escaños. 

La presencia en el Parlamento confiere a todos sus miembros la capacidad de intervenir en sus decisiones y, de este modo, representar a cada uno de los ciudadanos y ciudadanas. La democracia no es ni puede ser exclusión. En el Parlamento, no existe el enemigo. Porque a cada diputado corresponde la representación de todos los ciudadanos y, por tanto, también de quienes votaron a cualquiera de las otras formaciones. Como Hemón recuerda a Creonte "Sólo en un desierto podrás gobernar perfectamente en solitario".

Las democracias son sistemas políticos abiertos a la integración de todos y al cambio. Ningún poder está reservado en exclusiva para unos, ni ningún poder es permanente en una democracia, salvo el poder de la democracia.

No hay democracia sin pluralidad, sin conciencia de la concurrencia, en palabras del Presidente Landelino Lavilla, de "los distintos modos de entender el mejor futuro para España y la mejor manera de alcanzarlo". Tampoco hay democracia sin voluntad de entendimiento y convivencia. Una voluntad que, además, hemos extendido a nuestra integración en el proyecto europeo, más necesaria y comprometida que nunca. 
No hemos cumplido siempre con este mandato fundamental de la democracia: la consideración del otro. Tenemos en esta legislatura una nueva oportunidad para ello, para hacer de estas Cámaras "un ejemplo de la voluntad de compartir desde el derecho a discrepar". Para ello necesitamos respeto y generosidad. 

Respeto al otro siempre, evitando su descalificación, su desconocimiento o su exclusión; asumiendo que escuchar exige reconocer al otro, desde lo que el Presidente Manuel Marín llamaba un "profundo sentido del límite respecto de nuestras propias posiciones"; escuchando más que hablando, como diría el Presidente Bono, pues ya afirmó que "escuchar es obligación pero sobre todo escuchar a quien discrepa, y no sólo por cortesía, sino porque el discrepante puede estar en lo cierto". 

Un respeto sin el que es imposible dialogar y que es la base para, en palabras del Presidente Posada, generar "espacios de diálogo en que la expresión de las legítimas discrepancias nunca cierre la puerta a la consecución de acuerdos", pues ésa y no otra es la razón de la centralidad parlamentaria en democracia. Y esa centralidad, como recordaba la presidenta Pastor, requiere de "nuestra capacidad para alcanzar objetivos comunes en lugar de perdernos en la búsqueda de diferencias".

La responsabilidad de quienes formamos parte de las Cortes Generales está en contribuir a esas finalidades y, sobre todo, en no obstaculizarlas: en hacer uso de nuestras facultades y palabras con mesura, evitando enconar una confrontación que no responde a la realidad de los ciudadanos y que ignora un patrimonio y un sustrato común, que fundamenta nuestro legítimo orgullo de país, construido sobre el esfuerzo y el sacrificio de nuestros padres y abuelos.

Para ello necesitamos también de la generosidad. Señor, vuestro discurso hace cuatro años, en ocasión como ésta, destacó especialmente su importancia, uniendo esa virtud a la responsabilidad, al respeto y al entendimiento como valores permanentes en la vida pública.

De la concurrencia de estos valores deben nacer los acuerdos políticos. A pesar de nuestras discrepancias, y quizás por ello, necesitamos más que nunca restablecer consensos, políticos, sociales y territoriales. No es fácil hacerlo, pero sólo será posible desde el compromiso y el esfuerzo diario, desde el reconocimiento del otro y su consideración, siempre en el marco de los procedimientos democráticos y de la observancia de las leyes.
Los consensos no se hallan, sino que se construyen. Y la voluntad y la palabra son herramientas preciosas para ello. Esforcémonos pues en querer alcanzar acuerdos y en usar nuestra palabra para ese fin. Como afirma el poeta Joan Margarit:

"Las palabras también
tienen ese poder para atraerte
hacia lo que has escrito, por lejano que sea.
(aunque parezcan débiles
-igual que lo parecen las estrellas-)
te empujarán con fuerza las palabras buscando su sentido",
una evocación de su valor pero también una advertencia frente a su uso inadecuado, de especial relevancia para nosotros.

Para quienes no sientan la fuerza de la poesía, no faltan en los últimos años estudios y ensayos sobre los retos y peligros de la democracia actual que han llevado algunos autores a advertir de cómo mueren las democracias cuando se pierden sus garantías, se ignoran sus procedimientos y se abusa de la palabra como arma y no como argumento. O cómo por el contrario la ley, la tolerancia y el diálogo sirven a su supervivencia. La frecuente cita de estos ensayos o la repetida apelación al espíritu de la transición en nuestros discursos debieran servirnos de antídoto para su olvido.

Majestad, la Corona ha asumido constantemente el impulso del consenso, de modo que vuestra función de expresión de la unidad, continuidad y permanencia de nuestro Estado se ha extendido también a la expresión de la posibilidad y la necesidad de acuerdo desde nuestros principios constitucionales, y a la voluntad de integración. 

Nuestra monarquía parlamentaria ha sabido mantener, sin excepción, su posición institucional, superadora de la legítima dinámica de competencia entre partidos políticos y ser permanente referencia de los valores constitucionales compartidos y de la vocación de diálogo y consenso. Un diálogo, en palabras vuestras, "sincero y leal" y siempre desde "el respeto y observancia de la ley y las decisiones de los tribunales". 

Señor, la Corona, como Jefatura del Estado nacida de la voluntad democrática de la ciudadanía, se ha afirmado en su compromiso con las libertades, consciente como nadie de la importancia de las instituciones, cuyo normal funcionamiento habéis siempre respaldado. No son la crítica ni la discrepancia, expresadas respetuosa y razonadamente, las que debilitan una institución firme y consciente de su legitimidad y posición. Por el contrario, esas críticas contribuyen a su fortaleza, basada ante todo en su condición integradora y de patrimonio común a toda la sociedad y a las fuerzas políticas, contribuyendo así a evitar el peligro de su apropiación partidista y excluyente. 

Desde el más profundo agradecimiento por este compromiso, y como expresión de ese carácter común y compartido de nuestra monarquía, quiero terminar mi intervención como Presidenta del Congreso de los Diputados con un voto nacido del respeto y la mayor consideración por vuestra función, vuestra posición institucional y el desempeño de vuestra tarea. Por eso, con toda la solemnidad de esta ocasión y con la representatividad que el cargo me confiere, les digo: Viva la Constitución y Viva el Rey.